Democracia
e institucionalidad, una crisis de lenguaje
Por Santiago José Gangotena
Es muy común escuchar entre
intelectuales, difusores y formadores de opinión, que el problema del Ecuador
es la “falta de institucionalidad”, o que “no existen instituciones”. Si bien
es verdad que en Ecuador hay problemas institucionales, su ausencia
decididamente no es el problema. En Ecuador existen instituciones y existe
institucionalidad. Los problemas institucionales se deben al carácter específico
de las instituciones ecuatorianas, y la concepción que tenemos sobre lo que
constituye una sociedad democrática. Es un ejercicio muy provechoso analizar lo
que implica la frase “en Ecuador falta institucionalidad”, pues esta manera de
plantear el problema – tan común y equivoca – nos brinda lecciones importantes
sobre la naturaleza de los problemas institucionales y la viabilidad de la
democracia en nuestro país.
Las
instituciones y el lenguaje
Las instituciones son aquellas
reglas de comportamiento, tanto formales e informales, que median las
interacciones entre individuos, y que a su vez ayudan a coordinar nuestras
interacciones. Al aplicar la definición estricta de las instituciones, vemos
inmediatamente que en Ecuador estas sí existen. Desde la regla informal que
tanto conductores y peatones utilizan al cruzar la calle – comúnmente conocida
como “torear los autos” – hasta instituciones formales que mediante castigos y
recompensas median interacciones comerciales, civiles, y gubernamentales. El
que a menudo las reglas de comportamiento que median nuestra práctica cotidiana
difieran de las reglas formales no significa que las instituciones no están
presentes, solo nos indica que las verdaderas instituciones, aquellas reglas
que median nuestras interacciones, son distintas a las reglas formales. El
formalizar las instituciones no es en sí una panacea, pues tiene costos y
beneficios, y solo sería beneficiosa sí la regla formal es en realidad una
buena regla, una regla que ayude a coordinar nuestras interacciones de mejor
manera que la regla informal. El análisis de por qué hay a menudo una gran
diferencia entre las reglas formales y las instituciones es interesante y
provechoso, pero no es la problemática central de este ensayo.
Como es obvio, en
Ecuador hay instituciones y hay institucionalidad, es decir hay un sin número
de reglas formales e informales que median nuestro comportamiento. Estas reglas
son conocimiento general de todos aquellos que las utilizan. El problema evidentemente
no es su ausencia, es el contenido y carácter específico de nuestras instituciones
y lo que reflejan sobre los valores y maneras de interactuar de los individuos
que conforman nuestra sociedad. Las instituciones no emergen del vacío, son
reflejos de características fundamentales de cómo se ven las personas y como se
relacionan con su entorno social.
Vincent Ostrom, esposo y
compañero intelectual de Elinor Ostrom (Premio Nobel de economía) analiza la
relación del lenguaje y la viabilidad de una sociedad democrática en su libro “The meaning of democracy and the
vulnerability of democracies: a response to Tocqueville’s challenge”[1].
Su análisis se centra en como la manera en la cual concebimos y expresamos las
problemáticas sociales reflejan nuestra concepción de la sociedad, y a su vez
dictan las acciones que se deben tomar para sobrellevarlas. Dado que planteamos
nuestras ideas en términos de palabras, el lenguaje en el cual planteamos
nuestras ideas sobre el mundo social es un reflejo de nuestra concepción de la
sociedad. Pero el lenguaje no solo refleja una concepción particular, al
reflejar esta concepción también dicta las acciones que se deben tomar para
sobrellevar los problemas. La relación entre ideas y acciones, y el rol del
lenguaje como iluminador u ofuscador de nuestra comprensión del mundo social es
un eje fundamental en cualquier investigación sobre la viabilidad de la
democracia y la capacidad de una sociedad democrática para sobrellevar los
problemas institucionales que le aquejan.
En su forma más básica,
una sociedad democrática se basa en el gobierno de los ciudadanos, para los
ciudadanos. La relación entre las ideas, las acciones y sus consecuencias es
crítica para el éxito o fracaso del proceso de aprendizaje necesario para que una
sociedad democrática sea viable. Ostrom acertadamente afirma que los hechos de
la relación entre ideas y acciones, y la naturaleza del mundo social, no vienen
dados a priori a ninguna mente humana, estos deben ser descubiertos. La
herramienta con la que conformamos nuestra comprensión es el lenguaje. Por lo tanto,
nuestra comprensión si bien es necesariamente mediada por el lenguaje, también
necesariamente limitada por el lenguaje que utilizamos. Pero el lenguaje no es
solamente un limitante, es el lenguaje lo que permite – bajo ciertas
condiciones – incrementar nuestra
comprensión de la sociedad y la relación entre las ideas y las acciones.
El lenguaje con el cual
concebimos a la sociedad, es un determinante importante para la viabilidad de
una sociedad que se gobierna a sí misma. Dicha sociedad debe estar dispuesta al
aprendizaje mutuo para ser viable. En sociedades modernas donde existe un alto
grado de división de trabajo y conocimiento, la gran mayoría de personas
obtiene sus concepciones sobre una sociedad democrática (mediante el lenguaje)
de los intelectuales – aquellos intermediarios de ideas de segunda mano –. El
lenguaje que estos utilizan y sus concepciones sobre la sociedad son de suma
importancia para la viabilidad de las sociedades democráticas.
Falta
de institucionalidad y el espejismo de la voluntad popular
Dicho esto, analicemos
la aparentemente inocua frase, “en Ecuador falta institucionalidad”. Primero abordemos
la estructura de la oración, Ecuador es el sujeto a quien le falta algo llamado
institucionalidad. Las implicaciones de esta frase siguen de manera inmediata.
La institucionalidad es algo que el sujeto (Ecuador) puede obtener. La falta de
institucionalidad tiene que deberse a; o una falta de voluntad por parte del
sujeto, o a una falta de medios para obtenerla. La solución implícita es que el
sujeto (Ecuador) tenga la voluntad y los medios para obtener institucionalidad.
Por lo tanto, debemos empoderar a un agente, que actuando en nombre del Ecuador
obtenga institucionalidad. El agente que puede actuar por el Ecuador es el
gobierno y debemos infundirle con la voluntad y los medios para obtener aquello
que falta.
En el imaginario
popular, la voluntad la infundimos mediante el proceso democrático, agregando
la voluntad de los individuos en una “voluntad popular”. Los medios le
infundimos dándole poder para hacer lo necesario para crear dicha
institucionalidad, es decir otorgándole autoridad. Cómo exactamente se le puede
infundir al agente con la voluntad y los medios puede estar abierto al debate,
pero el curso a seguir queda claramente trazado por el lenguaje que enmarca el
problema.
El lenguaje de la
frase, no solo enmarca el problema, también refleja una concepción particular
de lo que es una sociedad democrática, e implícitamente establece su solución. Vale
repetir la concepción particular que refleja la frase; la democracia – mediante
el mecanismo de la votación y representación – agrega las preferencias de los
individuos que la conforman, para establecer una “voluntad popular”, y empodera
con los medios a un agente – el gobierno – para llevar a cabo esta voluntad.
Está concepción de la democracia es tan comúnmente aceptada, que su coherencia
no suele ser cuestionada. Pero al enmarcar el problema de la institucionalidad con
este lenguaje, al concebir de la democracia en esta manera, el lenguaje actúa
no solo como una herramienta para la comprensión, también delimita y excluye otras
maneras alternativas y mutuamente excluyentes de lo que significa una sociedad
democrática.
Arrow
y la imposibilidad de la voluntad popular
Si bien la concepción
de una sociedad democrática señalada arriba es comúnmente aceptada por
intelectuales, difusores, formadores de opinión, y el público en general, el
trabajo del economista y premio Nobel Kenneth Arrow nos demuestra que es una
concepción fundamentalmente incoherente, una imposibilidad matemática. Ya en 1951,
en su libro “Social Choice and Individual Values”[2] Arrow demostró que es matemáticamente imposible agregar las diversas
preferencias de las personas en una “voluntad popular” (una función de
bienestar social es el termino técnico) que se asemeje al concepto de voluntad
que tenemos los individuos.
La demostración de Arrow tiene demasiadas implicaciones para tratar
todas en este espacio, de tal manera que me centraré en una de las más
relevantes para nuestra concepción de la democracia. Una de las implicaciones
del afamado “Teorema de la imposibilidad de Arrow” es que es imposible mediante
el voto mayoritario agregar las preferencias de los individuos para obtener un
resultado único. De esta manera, la “voluntad popular” que emerge de la
votación no es determinada por las preferencias de las personas, es determinado
por las reglas de votación y la secuencia en la cual se presentan las opciones
por las que se va a votar. En un su forma más fundamental esto implica que la
“voluntad popular” no es popular – no agrega las preferencias de las personas
para crear una sola voluntad – ya que el determinante no es lo que piensan las
personas, pero la secuencia de votación presentada por quien determina la
agenda sobre la cual se votará.
El resultado de este fenómeno es lo que se conoce como ciclos de votación,
en los cuales en votaciones sucesivas, personas con las mismas preferencias pueden
escoger políticas que van alternando (en la primera elección votan por A, en la
segunda votan por B, en la tercera por A, en la cuarta por C)[3].
El voto mayoritario, al no brindar un resultado único, pero más bien un
resultado determinado por factores más allá de las preferencias los votantes y
que puede alternar aleatoriamente, difícilmente se puede llamar “voluntad
popular”. Gracias al Arrow, podemos entender por que nuestra concepción de la
democracia reflejada en nuestro lenguaje es tan problemática, es literalmente una concepción imposible de materializar.
Las ideas informan las acciones, y cuando los
resultados de las acciones no brindan los resultados esperados, la verdad de
las ideas se ve cuestionada. Cuando nuestra concepción es que la democracia
agrega la voluntad de los individuos en una “voluntad popular”, pero vemos
resultados que alternan aleatoriamente y son determinados por la agenda de
quien organiza la votación y no por las preferencias de los votantes, la
democracia como forma de organización social es cuestionada. Al requerir una
voluntad que nos dirija permitimos que se instalen instituciones que concentra
poder en la voluntad de ciertos individuos y no en las preferencias de sus
mandantes. Nuestros problemas institucionales son en gran parte consecuencia de
esta visión imposible de la democracia que es tan comúnmente acepta, es un
problema de lenguaje en el sentido más fundamental.
Para resolver nuestros problemas
institucionales y seguir teniendo un gobierno de los ciudadanos para los
ciudadanos, debemos abandonar esa concepción tan comúnmente aceptada de la
democracia como “voluntad popular” (y existen varias concepciones alternativas[4]),
pues como Arrow demuestra, es una concepción imposible.
Referencias
Arrow,
K. J. (1951). Social Choice and
Individual Values (No.
12). Yale University Press.
Buchanan,
J. M. (1984). Politics without romance: A sketch of positive public choice
theory and its normative implications. The theory of public choice II, 11-22.
Buchanan,
J. M., & Congleton, R. D. (2006). Politics by principle, not interest: Towards nondiscriminatory
democracy.
Cambridge University Press.
Ostrom,
V. (1997). The meaning of
democracy and the vulnerability of democracies: A response to Tocqueville's
challenge.
University of Michigan Press.
Riker,
W. (1982). Populism Against Liberalism: A Confrontation between the Theory of
Democracy and the Theory of Social Justice.
[1] Ostrom, V. (1997). The meaning of democracy and the
vulnerability of democracies: A response to Tocqueville's challenge. University of
Michigan Press.
[2] Arrow, K. J. (1951). Social choice and individual values (No. 12). Yale University Press.
[3] Si bien los ciclos de votación no ocurren siempre, Riker demuestra que
la probabilidad de que estos se den se acerca a uno mientras crece el numero de
votantes y el numero de temas sobre los que se va a votar. Riker, W. (1982).
Populism Against Liberalism: A Confrontation between the Theory of Democracy
and the Theory of Social Justice.
[4]
Buchanan,
J. M. (1984). Politics without romance: A sketch of positive public choice
theory and its normative implications. The theory of public choice II, 11-22.
Buchanan, J. M., & Congleton, R. D.
(2006). Politics by principle, not interest: Towards nondiscriminatory democracy. Cambridge University Press.
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