jueves, 11 de junio de 2015

Análisis de la exposición de motivos de la Ley Orgánica para la Redistribución de la Riqueza

 Ante las nuevas y preocupantes leyes en trámite de aprobación como son la ley de las plusvalías y la ley de “redistribución de la riqueza en este blog queremos hacer un análisis detallado de las mismas. Comenzamos con este extenso análisis del preámbulo de la ley de redistribución de la riqueza, luego analizaremos los fundamentos de esta misma ley.

   El gobierno ecuatoriano propone aprobar una “Ley orgánica para la redistribución de la riqueza”.
    Desde su mismo título hasta su articulado, todo, pasando por su exposición de motivos, creo que lo mínimo que se puede decir de esta ley es que es un despropósito. Un despropósito lógico, histórico y económico.

Para empezar la mera idea de “redistribuir la riqueza” es perversa
    No se habla de crear nueva riqueza, no se habla de generar riqueza que pueda paliar los problemas de quienes menos tienen, se habla de “redistribuir”, esto es, de quitársela a unos para dársela a otros. Ni tan siquiera se quiere quitar (robar, expropiar, apañar, expoliar, rapiñar… podrían ser otros verbos adecuados en correcto castellano) a quienes más tienen para dárselo a quienes menos tienen, se quiere quitar a quienes más tienen -según los criterios del gobierno-, para que se lo quede el mismo gobierno.

   La “redistribución” es muy distinta de la “distribución”. La redistribución conlleva, necesariamente, tomar algo de quienes ahora lo tienen, no así la distribución. En la distribución se crean recursos nuevos que se reparten de una u otra manera. La distinción que va en esa prefijo de dos letras, “re” que indica que se ha de quitar algo a quien lo tiene, es una distinción radical por moral. Siempre habrá un problema moral en quitar algo a alguien, algunos pensarán que es lo correcto, otros pensarán que arrebatar a alguien su legítima propiedad es siempre inmoral. Sin embargo cuando se crea algo -riqueza- nueva no hay perjudicados en su distribución primaria, y por tanto no hay tal problema moral.

  Por desgracia esta perversa atribución de quitar a unos para dárselo, no a otros, si no a sí mismo, la tiene el Estado ecuatoriano pues la Constitución de Montecristi 
Art. 300: “La política tributaria promoverá la redistribución y estimulará el empleo,  
Art. 285.- La política fiscal tendrá como objetivos específicos:2. La redistribución del ingreso por medio de transferencias, tributos y subsidiosadecuados. 
Art. 3.- Son deberes primordiales del Estado: 5. Planificar el desarrollo nacional, erradicar la pobreza, promover el desarrollo sustentable y la redistribución equitativa de los recursos y la riqueza, para acceder al buen vivir. 

     Pero que algo sea legal (ni aún constitucional) no lo hace ni económicamente lógico ni moral. En ninguno de estos casos se explica porqué es necesario el prefijo “re” para alcanzar objetivos que se suponen nobles, porqué es necesario quitar a unos para mejorar el bienestar de los otros (o del Estado). 


Análisis de la exposición de motivos

Una vez establecido esto, creo que la mejor manera de analizar los múltiples disparates que contiene la exposición de motivos es párrafo por párrafo, frase por frase, línea por línea. 

    
 Cualquier persona que haya seguido mínimamente el debate económico de los últimos tiempos reconocerá las influencias del libro de Piketty “El capital en el siglo XXI” en este párrafo de apertura.
     Que una ley comience con una aseveración tal sin siquiera presentar fuentes, justificación, o cuanto menos una introducción para justificarla ya es de por sí destacado, pero que lo haga en el 2015, cuando ya Piketty ha pasado de moda (!qué efímeras son las modas¡… también en economía),  y ha sido más que refutado por distintos autores (en este mismo blog reseñamos la crítica de McCloskey) y que incluso ha sido hasta rectificada por el mismo Piketty, es completamente inapropiado para que sirva de legislación en un país.

Sobre la distribución ideal de la riqueza
      Siempre que se produce una aseveración tal en torno a la “distribución de la riqueza” (fórmula mucho más moderna que la decimonónica “concentración del capital” que es la que usa el texto de la ley) surge la misma cuestión, ¿cuál es la “concentración del capital idónea? Una concentración completamente igualitaria, en la que todos tuviésemos exactamente lo mismo (la misma casa, el mismo carro, la misma ropa… uno se pregunta si también sería la misma pareja y la misma familia el ideal equitativo), será un ideal para algunos comunistas extremos, pero no parece que sea el ideal para la mayor parte de la sociedad; ni incluso para los propios redactores de la ley, que en un párrafo posterior parecen decir que “buscar la superación personal” es un objetivo a perseguir.  Aparte de lo cursi (más al estilo “coellista” que el “arjoniano” que hasta ahora era el cursilísimo al que nos tenía acostumbrados la Revolución Ciudadana), es una contradicción intrínseca el pedir la “superación personal” y el pretender no remunerar ésta, el pedir esfuerzo, y pedir no premiarlo es de una incoherencia o una injusticia manifiesta, y si se remunera o premia a quien hace una “superación personal” entonces obviamente quienes “se superen” tendrán más que quienes no se superen, ergo ya no estamos en una igualdad absoluta.
       El extremo contrario de la extrema igualdad, es la extrema desigualdad, esto es, que un miembro de la sociedad lo posea todo y los demás no posean nada. Y entre ambos extremos están las infinitas posibilidades de distribución igualitaria de la renta. ¿Cuál es la ideal? ¿cuál se debe perseguir? Pues para ello lo previo es una cuestión metodológica, (¿cómo medir la desigualdad? ¿por el índice de Gini? ¿por percentiles? ¿deciles? ¿índice de Theil?), y luego una cuestión ideológica pues cada uno de nosotros podremos tener un ideal de igualitarismo en la sociedad, y no necesariamente el igualitarismo total sea el ideal a perseguir.
    Una vez decidido qué nivel de desigualdad queremos tener en nuestra sociedad, el segundo paso, el cómo alcanzarlo, es trascendental. En el caso que nos ocupa, y como ya hemos explicado, desde el punto de vista moral y político es radicalmente diferente alcanzar la igualdad deseada por medio de la distribución que por medio de la redistribución, esto es, generando nuevos recursos para quienes menos tienen para que se equiparen a quienes más tienen, que arrebatando recursos a quienes más tienen para dárselos a quienes menos tienen. En ambos casos se puede alcanzar mayor igualdad, cierto, pero en un caso mayor igualdad con mayor riqueza, en el otro mayor igualdad con menor riqueza. 

    Por tanto, esta primera afirmación de la exposición de motivos, hecha con tanta solemnidad, en el fondo no es más que un lugar común de la moda económica de nuestro tiempo -paradójicamente ya algo pasado de moda-, y que siquiera aporta un dato o guía del objetivo de igualdad que debiéramos perseguir.
    Además esta afirmación se presenta el dato (con un margen de hasta el 50%, lo que va del 60% al 90%) y un periodo de tiempo tan amplio como “la historia de la humanidad” en una localización tan inconcreta como “el mundo”.  Ya se sabe que quien no sabe de un tema da un dato, aquí se nos presenta un dato sin corroborar ni contextualizar, y se pretende sustentar una acción legislativa tan grave como lo que representa esta ley, sobre tan endebles bases.


La crítica a la riqueza 



     En este segundo párrafo destaca una afirmación inmoral por un adjetivo caprichoso y una mentira manifiesta. 
     “Desmedido” es desproporcionado, falto de medida, que no tiene término. Y según el texto por tanto, “la acumulación de capital desproporcionada”, esto es, que la “acumulación de capital” debería tener medida, límite. ¿Qué “término” debería tener “la acumulación de capital”? 
      Aclaremos términos, “acumular capital” quiere decir enriquecerse, esto es, tener más, prosperar. Y ENRIQUECERSE ES UN DEBER MORAL, crear riqueza y guardarla no sólo es un acto moral, es más, es un deber moral hacerlo. Por tanto decir que es “desmedido” enriquecerse no es si no puro pobrismo, lo contrario de la acumulación de capital es la miseria, lo contrario de enriquecerse es empobrecerse. Si no acumulamos capital (capital que a su vez sirve como medio de producción para crear más capital y por tanto mayor enriquecimiento), lo que hacemos es empobrecernos. 
        No se puede minusvalorar la inmoralidad de esta aseveración, decir que hay “desmedida” (esto es, desproporcionada) riqueza es fomentar la pobreza. El acusar de algunos de “acumular” capital, es condenar a otros a no tenerlo. Quizá sea esta la aseveración económica más desatinada que se pueda poner en un texto legal, y es este tipo de ideas las que legisladas hacen una sociedad pobrista que en lugar de celebrar la creación de riqueza la condena. Es el camino a la miseria.
       Pero es que además está basado una mentira comúnmente aceptada como es que las desigualdades se producen debido a las “fortunas heredadas”. 
        El capitalismo es el sistema que produce mayor riqueza, precisamente pues se permite a las personas acumular esta riqueza, y transmitirlas de generación en generación. Pero la riqueza en el capitalismo se produce por medios morales, produciendo aquello que las otras personas desean, creando riqueza, y por tanto enriqueciéndose todos los actores de la economía.
       De hecho, (como comentaremos a continuación)  las mayores fortunas de hace un siglo no son las grandes fortunas de ahora, y es que no son fortunas heredadas en su mayoría, si no fortunas creadas en el mercado, a través de la venta, la innovación, el servicio a los clientes.

      Una vez establecido que el inicio del párrafo tiene una afirmación inmoral, y otra falsa, no puede si no esperarse que se concluya con un error, como es que “los cimientos de “toda sociedad toda democrática moderna” es la “justicia social” y no la justicia a secas, o el respeto por las formas democráticas o la propiedad privada.


Todos podemos “prevaler” si creamos lo que los otros desean 


     Sobre esta aseveración cabe destacar la contundencia con que se hace para lo poco que se dice. Se habla de “prevaler” pero no se nos dice en qué aspecto, en qué ámbito o en qué materia. En “las sociedades inequitativas” (y ya hemos explicado que no se sabe qué son “inequitativas” exactamente, qué distribución sería la equitativa), “prevale” (no sabemos en qué ámbito) “el patrimonio de los individuos que la conforman” (entendemos que los individuos que conforman la sociedad, pero no qué añade esa aclaración a la frase), “sobre su capacidad individual experiencia y formación académica”, como si las recompensas en las sociedades se debieran establecer en función de “capacidad individual” (toda capacidad es “individual”), experiencia (¿experiencia en qué) y “formación académica”.
     Son estos tres criterios de lo que debería “prevaler” en una sociedad ambiguos y arbitrarios. ¿Capacidad individual para qué? ¿para ser un buen jugador de cuarenta? ¿para ser un buen abuelo? ¿para ser un buen trabajador? Cada miembro de la sociedad tenemos distintas capacidades, algunas de ellas únicas, todas valiosas, pero no todas igual de remunerables. Lo mismo ocurre con la “experiencia”, ¿experiencia en qué?, ¿en ver la televisión? ¿en cultivar café? ¿en cuidar a los hijos?, y “formación académica”, como profesor de universidad que escribe en el blog de una universidad pareciera que debería defender que sí, que sólo porque alguien tenga “formación académica” debería “prevaler” en la sociedad, pero esta es una visión muy alejada de las valoraciones de mercado y de la moral de una sociedad capitalista.
       En una sociedad libre nadie “prevalece” sobre nadie; pues esa mera palabra parece indicar órdenes imperativas o poder político (que es coercitivo por definición). En una sociedad liberal aquel que es capaz de ofrecer lo que los otros miembros de la sociedad, sus conciudadanos, desean y valoran, será recompensado por ello con una remuneración, que los otros miembros eligen pagar libremente para obtener lo que desean. Así si el autobusero me traslada donde deseo ir, le pagaré una remuneración por su trabajo, como él pagará un precio a la cocinera que le cocine lo que desea comer, y a base de acuerdos voluntarios se crea la riqueza en la sociedad sin “prevalencias”. Quien satisfaga mejor a mayor número de personas (una compañía global que produce algo que la sociedad valora mucho, como puede ser Apple o Samsung) obtendrá más beneficios, pero éstos estarán siempre supeditados a seguir produciendo lo que los consumidores deseen y estén dispuesto a pagar, y que nadie en la competencia produzca algo mejor o más barato o que los consumidores valoren más en definitiva.


Sí, si cabe duda: las grandes fortunas no son heredadas 

     Este párrafo comienza con una fórmula asertiva para reafirmar la validez de una afirmación no tan sólo falsa, si no económica y socialmente pobrista. Simplemente falsa pues tiene una visión estática y errónea de la sociedad y la riqueza dentro de ésta. Si comparamos esta afirmación (de la cual se nos dice nada menos y nada más en una ley que “no cabe duda) con los datos más exhaustivos de los que disponemos, que son los que hicieron Stanley y Danko para su libro “The Millionaire Next Door: The Surprising Secrets of American's Wealthy”, nos encontramos con los siguientes sorprendentes datos (quiero agradecer a mi colega Juan Fernando Carpio @jfcarpio por proporcionarme la fuente):
YOU OR YOUR ANCESTORS?
Most of America's millionaires are first-generation rich. How is it possible for people from modest backgrounds to become millionaires in one generation? Why is it that so many people with similar socioeconomic backgrounds never accumulate even modest amounts of wealth?Most people who become millionaires have confidence in their own abilities. They do not spend time worrying about whether or not their parents were wealthy. They do not believe that one must be born wealthy. Conversely, people of modest backgrounds who believe that only the wealthy produce millionaires are predetermined to remain non-affluent. Have you always thought that most millionaires are born with silver spoons in their mouths? If so, consider the following facts that our research uncovered about American millionaires:

  • Only 19 percent receive any income or wealth of any kind from a trust fund or an estate.
  • Fewer than 20 percent inherited 10 percent or more of their wealth.* More than half never received as much as $1 in inheritance.* Fewer than 25 percent ever received "an act of kindness" of $10,000 or more from their parents, grandparents, or other relatives.
  • Ninety-one percent never received, as a gift, as much as $1 of the ownership of a family business.
  • * Nearly half never received any college tuition from their parents or other relatives.
  • Fewer than 10 percent believe they will ever receive an inheritance in the future.America continues to hold great prospects for those who wish to accumulate wealth in one generation.
In fact, America has always been a land of opportunity for those who believe in the fluid nature of our nation's social system and economy.More than one hundred years ago the same was true. In The American Economy, Stanley Lebergott reviews a study conducted in 1892 of the 4,047 American millionaires. He reports that 84 percent "were nouveau riche, having reached the top without the benefit of inherited wealth."


    Tras saber estos datos, ¿de verdad “no cabe duda de que las grandes fortunas heredadas fomentan la concentración de los medios de producción en manos de pocas familias adineradas”? Porque como vemos la mayor parte de los millonarios de EEUU, que hemos de suponer que son quienes poseen la mayor parte del dinero, y con ello de “los medios de producción” (por cierto, “medios de producción” es una expresión marxista ya muy superada por la ciencia económica como para ser utilizada en el preámbulo de una ley en el 2015).

¿”Perpetrar” la riqueza?
     Pero es que luego se sigue y se dice que las “familias adineradas“ “perpetran” su “poder económico”. Pero, ¿qué quiere decir “poder económico”? Si uno tiene capacidad económica (que no poder), esto es, abundante dinero o bienes, lo único que puede hacer con él es comprar, y la compraventa es por definición voluntaria, si alguien no quiere vender no hay manera legal de obligarle a ello. Por tanto el “poder económico” lo único que puede ser es “poder comprar lo que se desee”, esto es, poder en el sentido de capacidad, pero en ningún caso poder en el sentido de “mandar” u “ordenar”.
     El verbo que se usa es “perpetrar”. Ante la elección de este verbo sólo caben dos opciones, o que no sepan realmente qué significa “perpetrar”, en cuyo caso es grave que los legisladores aprueben una ley desconociendo el castellano que usan, o, aún peor si cabe, que sepan lo que significa, pues están estarían diciendo que tener “poder económico” esto es, que tener éxito económico y acumular capital es “Cometer, consumar un delito o culpa grave”. ¿Es un delito tener dinero? ¿Es una culpa grave tener capital o “medios de producción”?
    Leído (y entendido) el preámbulo de esta ley es un manifiesto ebionista, una proclama pobrista, que lo que persigue es condenar la riqueza, en este extremo literalmente, pues se acusa el ser de familia adinerada hasta de ser “perpetrado”, esto es, de ser delictivo.


La aplicación de las teorías de Piketty 

     Leyendo este párrafo no nos puede caber ninguna duda que la ley que estamos analizando es la aplicación legislativa de las teorías de Piketty en El capital del siglo XXI (se lamenta que nadie del gobierno haya tenido a bien reconocer este extremo en público, creo que Thomas como “inspiración intelectual” de este texto se mereciera al menos una mención). 
       Decimos esto pues la idea de que la desigualdad se incrementa a través de el rendimiento promedio superior al rendimiento de los ingresos es una re-formulación de la tesis central de Piketty, según la wikipedia
The book's central thesis is that when the rate of return on capital (r) is greater than the rate of economic growth (g) over the long term, the result is concentration of wealth,

     Desgraciadamente esta ley ni siquiera puede clamar ser la primera inspirada por el libro de Piketty. El súper-impuesto de hasta el 75% que impuso el presidente socialista francés Francois Hollande en 2013 fue inspirado (y reconocido explícitamente, aunque Piketty abogaba por un impuesto aún superior, del 80%) por las teorías de Piketty. Claro, que este “súper-impuesto” tuvo las consecuencias que muchos economistas predijimos, actuó la Curva de Laffer y la recaudación en ingresos fue menor a la que había antes de la imposición de tal impuestazo. De tal manera que el mismo Hollande se vio obligado a rectificar y en el año 2015, ante la indignación y críticas de Piketty, se vio forzado por las evidencias, a retirar su tan cacareado “impuesto a los ricos”.

La herencia divide, no acumula las fortunas
     Así que, obviando la desastrosa evidencia histórica de la aplicación de las tesis planteadas por Piketty, se nos repite que “la acumulación de fortunas a través de las herencias es un mecanismo simple que refuerza la perversa e injusta acumulación de capital”. En primer lugar hay que decir que es exactamente al revés, a través de las herencias lo que ocurre es que las “fortunas” se dividen, no se acumula, ya que se ha de repartir entre los herederos. Si algo hace la herencia con la masa patrimonial (la “fortuna” en expresión de la ley) es fragmentarla, no acumularla. Esto que es de una lógica tan innegable, que sorprende que se nos diga lo contrario. ¿Alguien me puede explicar por qué mecanismo a través de la herencia se acumula capital en lugar de dividirse?
(De hecho en derecho catalán surgió en la edad media la figura del “hereu” o “heredero”, ya que puesto que al repartir la herencia se fragmentaba la fortuna familiar, y se quería conservar el nombre de la familia y tierras suficientes para mantener una buena posición económica y que hubiese economías de escala en el cultivo de las tierras, se otorgaba toda la herencia al hijo mayor, de tal manera que se evitaba que se dividiesen las “fortunas”).
Se termina el párrafo con el leit motiv de este preámbulo, condenar la acumulación de capital, ahora se nos dice que es “perversa” e “injusta”.


El párrafo vacuo y la política 

     De este párrafo tan sólo podremos comentar la primera frase, ya que en la segunda es imposible de profundizar, pues si no se nos dice en qué “periodo histórico“ “se logró disminuir la desigualdad de renta y riqueza a nivel mundial” en realidad no se nos está diciendo absolutamente nada. Sorprende (bueno, a estas alturas de analizar el texto ya sorprenden pocas cosas) que se emplee un texto legislativo, con la solemnidad y trascendencia que tiene, para hacer afirmación tan vacua.
      La primera frase, la que afirma que “la desigualdad de riqueza e ingreso son consecuencia de decisiones políticas” podemos decir que es cierta sólo si entendemos la política como intervención en la economía. Esto es, la política claro que puede tomar decisiones que cambien, aumenten o disminuyan la desigualdad, pero siempre que lo haga afectará a la riqueza general. Ninguna decisión política de intervención sobre las ingresos o la riqueza puede aumentar el conjunto de los ingresos o la riqueza del conjunto, lo que sí puede es “redistribuir” los ingresos o la riqueza existente, pero si hace esto desincentivará la creación de riqueza e ingresos, de tal manera que podrá hacer una sociedad más “equitativa” pero en la que el conjunto tenga menos riqueza e ingresos.


Se concluye con que hay que aumentar el impuesto a los ricos

    Ya llegamos a las conclusiones del texto, que “concluye” sin haber argumentado propiamente el caso que presenta, y es que se quiere reformar el impuesto a las herencias para lograr la “redistribución” a través de gravar más a quienes más heredan. Como se puede concluir tras haber hecho este análisis del preámbulo, lo que se va “redistribuir “ no va a ser la riqueza, si no una “redistribución de la pobreza”, y es que si no se genera riqueza, si se condena su acumulación y su posesión, lo único que quedará es pobreza,  y eso será lo único que le quedará al Estado para “redistribuir”.


Sobre la evasión fiscal 

      No es hasta este penúltimo párrafo donde nos encontramos una afirmación que podemos decir que es completamente cierta y acertada. Claro que han proliferado, en el Ecuador (y casi todo el mundo), “creativas formas para la evasión y alusión tributaria”, pero en lugar de condenar sin entender tal proliferación, lo que debería hacer el legislador es preguntarse el porqué y actuar en consecuencia. 
     Los impuestos, como su nombre indica, vienen “impuestos” y a ningún ciudadano le gusta pagarlos (como dice el maestro Rodríguez Braun, en tal caso se llamarían “voluntarios”). Claro que en Ecuador los ciudadanos intentan pagar los menos impuestos posibles. Pero es que “Los paraísos fiscales” existen porque existen infiernos fiscales”  (Juan Pina). 
       Según se da a entender en el texto “solo los grandes capitales y riquezas” eluden su pago de impuestos, cuando la realidad es que toda las clases económicas de Ecuador eluden el pago de impuestos, pero sólo los grandes capitales y riquezas disponen de los medios para hacerlo por medio de “creativas formas”. 
      Cualquier ecuatoriano conoce que muchas personas de la clase baja intentan no ingresar de manera legal parte de sus ingresos, para permanecer en el rango exento de la declaración, y que muchas familias cobran el “bono de desarrollo humano” aún habiendo mejorado notablemente su situación procuran no declararla para no perder sus “derechos” al bono. 
      La clase media ecuatoriana intenta por todos los medios incrementar sus facturas de consumos para desgravarlos del impuesto a la renta, así sea de productos efectivamente consumidos por la familia… o no. Además de intentar adjudicar a los adultos mayores de la familia gran parte de los gastos para poder descontarse el valor de su IVA. 
       Si somos honestos entonces hemos de reconocer que el problema de la evasión de impuestos no es un problema de clase social, si no de capacidad. Son muchos (una mayoría me atrevería a decir) los ecuatorianos que intentan pagar el mínimo posible en impuestos, pues es lo más lógico, razonable y entendible: intentar pagar lo menos posible en impuestos. La diferencia es que algunos ecuatorianos lo hacen con las facturas de su declaración de la renta, otros con complejos mecanismos internacionales.
       Si lo que persigue el gobierno ecuatoriano es disminuir la evasión de impuestos entonces lo que debería hacer es exactamente lo contrario de lo que propone esta ley:
  • Disminuir los impuestos, para que el esfuerzo y riesgo de eludirlos no compense lo ahorrado.
  • Simplificar los impuestos, para que haya menos mecanismos de elusión posibles, y eliminar dobles imposiciones e imposiciones injustas, como es esta de las herencias y legados.


Estrambote final: para que los trabajadores tomen el control de las fábricas

     En el último párrafo se nos dice lo que “pretende” hacer la ley pero no lo que hace ni lo que conseguirá. La ley aumentará los impuestos a las herencias, por tanto desincentivará la acumulación de capital (algo que parece ser un objetivo por tanto como lo ha condenado a lo largo del texto), pretende incluir mecanismos que prevengan la evasión fiscal, pero puesto que aumenta sustancialmente los impuestos y los complica probablemente tendrá el efecto contrario, aumentando la elusión del impuesto.

    Por último se nos dice que quiere establecer “incentivos para la democratización del capital a favor de los trabajadores”. En realidad lo que se persigue es que al fallecimiento del propietario de una empresa ésta no sea heredada por sus hijos o causahabientes si no que lo sea por los trabajadores. Lo que establece la ley (artículo 10) en concreto es que los herederos podrán descontarse del impuesto a la herencia las acciones que donen a los trabajadores de la empresa. Esta es una formulación leguleya y ridícula, ¿cómo no van a descontarse del impuesto las acciones que donan si no las heredan? Sólo faltaría que tuvieran que pagar impuesto por las acciones que no heredan.
El objetivo de esta última frase, el estrambote final, dice ser “democratizar” el capital (en un uso cuanto menos forzado del verbo “democratizar”, pues lo que se quiere decir es redistribuir, pero se usa por las connotaciones positivas de la palabra “democracia”).  
        En realidad lo que se quiere es otorgar a los trabajadores la propiedad de las empresas (los “medios de producción”) pues lo que subyace a todo el texto es un marxismo decimonónico con intentos de justificación en el siglo XXI (piénsese en el título del texto de Piketty, “El capital en el siglo XXI”). La verdad es que el capitalismo ya está logrando la “propiedad de los medios de producción” por parte de amplias capas de la sociedad a través de la bolsa de valores y el “capitalismo popular”, pero lo que se persigue con esta ley por lo visto en su texto no es tanto que los trabajadores adquieran propiedad en las empresas, como despojar a los propietarios de su capital acumulado.
     Lo que se persigue con esta última frase es que a la muerte del empresario la empresa no pase a ser de sus herederos, sino de los trabajadores de la empresa, pues se quiere un modelo cooperativista como el que dice inspirar la “Economía popular y solidaria”, pero en lugar de crearse nuevas cooperativas, nuevas riquezas para ello, el Estado amenaza con expropiar hasta un 45% de la empresa a los herederos, de tal manera que fuerce a éstos a rechazar la sucesión en la empresa, y tomen su control los trabajadores.
      Es ideal comunista el que “los trabajadores tomen control de las fábricas” que en lugar de promoverse ahora a través de medios violentos o “revolucionarios” la “Revolución Ciudadana” promueve a través de este impuesto a las herencias.

martes, 9 de junio de 2015

Reseña "El olvido que seremos"

El olvido que seremos

    “El olvido que seremos” (Seix Barral, 2005es una preciosa hagiografía de Héctor Abad Faciolince a su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, fundador de la “Comité para la Defensa de los Derechos Humanos de Antioquia” en los años ochenta, cuando la violencia azotaba esa ciudad en especial, Colombia en particular y el mundo en general.
     La hagiografía -pues aunque dedique cuatro páginas a justificar que “no quiere hacer una hagiografía” es una hagiografía, y está bien que lo sea, pues su padre sí parece haber sido un gran hombre, y un gran padre, y su hijo tiene todo el derecho a reivindicarle, más cuando su final fue tan trágico y tan paradigmático de una lucha por el bien- está muy bien escrita, y es que Abad Faciolince es uno de los mejores novelistas colombianos contemporáneos, y eso es decir uno de los mejores novelistas contemporáneos en castellano.

    Más allá de lo personal o lo literario, desde el punto de vista económico, dos son las reflexiones que me surgen leyendo este libro.
      En primer lugar el ver como todas las causas por las que tanto luchó el médico de Salud Pública y fundador de la Escuela de Salud Pública, como era el alcantarillado y la potabilización de las aguas, ya se ha logrado medio siglo después de que aquellas ideas parecieran revolucionarias, utópicas o alocadas.
     En general la calidad de vida que gozamos en el presente, y lo que es más importante, la que gozan las personas con menos recursos de nuestras sociedades, es tan apabulladamente superior de lo que era hace veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años, que hasta que no nos paramos en pensarlo no nos damos cuenta de lo radical que ha sido el cambio. Preguntemos a quienes aún lo viven (nuestros abuelos, e incluso nuestros padres)  cuándo les llegó el alcantarillado, o el teléfono fijo (y ahora tienen celular); qué enfermedades eran comunes o graves entonces (se menciona la lucha del doctor Abad contra la disentería, por ejemplo), y cuáles son ahora y qué medios se tienen para remediarlas.
    Si observamos las luchas de los grandes héroes de los pasados siglos, aquellas concretas no los ideales, veremos que han sido ampliamente logradas para las clases inferiores de la sociedad. Y casi siempre han sido alcanzadas gracias crecimiento económico, que es el mejor remedio para casi todos los males.

     También sorprende en el libro el clima de violencia política que se vivía en el Medellín de los años ochenta. Son muchísimos los asesinatos que se relatan y que el profesor Abad   Gómez denunciaba. Medellín era, claro está, el paradigma de la violencia en aquellos años, pero en realidad tan sólo era un grado más de una tendencia colombiana, latinoamericana, y mundial.
    Desde los setenta surgió la violencia política con fuerza, en Europa podemos nombrar Brigate Rosse en Italia, Baader Mainhof en Alemania, Carlos -chacal- en Francia, los duros años de ETA en España, IRA en Inglaterra… En EEUU, incluso, los Panteras Negras y Weather underground; y en Latinoamérica actuaban, Sendero Luminoso, Frente Sandinista de Liberación Nacional, Montoneros, MIR, o por nombrar uno más ecuatoriano, Alfaro Vive Carajo. Dentro de Colombia, donde la violencia política siempre tuvo más virulencia que en otros lados desde los nefastos hechos conocidos como “La violencia” (nacida con el Bogotazo de 1948), proliferaron los grupos terroristas, guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes (ELN, FARC, MIR, Autodefensas Unidas, carteles de Medellín, Cali…); y especialmente dentro de Colombia, en Antioquia, tierra tan hermosa como castigada por el terror y la violencia.
    Tan sólo treinta años después, y como muy bien nos señala Héctor Abad Faciolince treinta años no son nada, pues los huérfanos de aquellos asesinados aún viven y conservan sus recuerdos intactos, pues los asesinos aún viven y andan por las ciudades gozando de la impunidad que da tal cantidad de crímenes que sea imposible juzgarlos todos, tan sólo treinta años después, la violencia política no es una posibilidad planteable, no parece plausible que a alguien se le ocurra solventar sus diferencias ocultas con una muerte. Exceptuando el horrible caso de Venezuela, donde la violencia política está instaurada e institucionalizada como parte del proyecto del socialismo del siglo XXI y es su consecuencia más trágica, en el resto de América Latina la violencia política parece desterrada.
      Por ejemplo la muerte del fiscal Niesmann, siendo un (presunto) caso de violencia de Estado, es un caso de una única muerte, que ha causado tremenda conmoción en Argentina y toda América Latina. Por suerte nuestras sociedades ya no están dispuestas a aceptar la violencia como una vía política. Y el que no lo estén es lo que ha frenado la violencia política. Esto es, por supuesto que la victoria de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado ha contribuido a derrotar a la violencia política, pero ha sido sobre todo el cambio de actitud de las sociedades, el hacerse tan intolerantes ante estos muertes, lo que ha provocado que disminuyan tan significativamente.
La violencia política parece desterrada o camino de desterrarse de nuestras sociedades, y debemos congratularnos por ello todos nosotros, pues hemos sido nosotros, como sociedad en su conjunto, quienes lo hemos logrado. Pero debemos insistir en ello, y desterrar toda opción o toda mención a la violencia como medio político. Así es muy frecuente el lenguaje bélico cuando hablamos de política (“batalla”, “contienda”, “enemigos”, “derrotar”…) y es importante que evitemos esas expresiones, pues más allá de las teorías de politólogos que puedan decir que la política es la gestión de la violencia institucionalizada por parte de las sociedades, me parece importante distinguir entre la violencia que lleva a muertes y daños, y la “violencia” que puede suponer las amenazas o lo verbal.

     Otra de las virtudes del libro es presentar a la literatura y la música clásica como los grandes placeres del doctor Abad Gómez y el mejor legado que le ha dejado a su hijo, Abad Faciolince. Un hombre que para relajarse escucha música clásica, y que con tanta paciencia muestra a su hijo la historia del arte, o la literatura clásica, es un gran hombre que en el ámbito público da su vida por la paz, el bienestar de todos y las mejores causas. A lo largo del libro se retratan muchos personajes de la política y la vida académica e intelectual de Antioquia y Colombia del último medio siglo, y lo que les divide claramente no es la línea izquierdas-derechas (a pesar de que Abad Gómez sea claramente de izquierdas y el hijo parezca ser mucho más intolerante con la iglesia de lo que lo fue su padre), si no radicales-moderados, aquellos que justificaron o apoyaron el uso de la violencia, frente a aquellos que siempre la condenaron y la rechazaron.
Por desgracia aún quedan muchos culpables y muchos cómplices de la violencia impunes, tanto en Colombia como en toda América Latina, pero creo que sí que podemos mirar hacia atrás y congratularnos del destierro de la violencia política en nuestras sociedades. Y debemos estar vigilantes para evitar cualquier conato de resurgimiento de los medios violentos para lograr fines políticos.
     
        Terminemos esta reseña con el soneto de Borges que la misma mañana en la que le asesinaron en el centro de Medellín, ese fatídico 25 de agosto de 1987 (como fueron tantos días fatídicos en Medellín en aquella década fatídica), había copiado a mano y tenía en el bolsillo de su chaqueta. El doctor Abad Gómez era uno de esos hombres que luchaban por los derechos humanos y anotaba sonetos de Borges para leerlos en sus trayectos. Creo que ambos hechos se relacionan íntimamente, la cultura.

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo

esta meditación es un consuelo.