lunes, 19 de enero de 2015

CHARLIE: PRIMERO LA VIDA

   A partir de hoy, y durante todas las semanas reproduciremos los artículos del director del Instituto, Pablo Lucio Paredes que publica en El Universo cada sábado.
   Aquí pueden aprovechar el espacio de comentarios para comentar, ampliar, corregir, criticar o elogiar lo comentado.
   Esperamos les sea de interés.

 

CHARLIE: PRIMERO LA VIDA
Pablo Lucio Paredes

    Por circunstancias diversas, conozco Charlie Hebdo y sus antecesores desde hace 40 años. Nunca me gustó. Es soez, vulgar, poco graciosa, y lo peor: poco aporta al debate y avance de ideas, y promueve bajos instintos. Si toda la prensa tuviera ese nivel, el periodismo no merecería sus insignias. Su único mérito es cubrir un nicho de mercado de mediocridad que, quizás, alguien debe ocupar. Por eso su poco éxito, a pesar que el espíritu francés es contestatario.

    Pero eso nada tiene que ver con lo sucedido en París. El problema no es la calidad de Charlie, sino el derecho a ser vulgar y provocador (sobre todo esto último) sin que eso signifique ser agredido, peor morir. Hay un derecho que se sitúa por encima de todos  (porque sin él no existen los demás) que es el respeto a la vida (y la integridad física). No existe razón alguna que justifique situarse por encima. Nada. El problema es entonces ¿puede alguien provocar, incluso en temas profundamente sensibles como la religión y exagerar imprudentemente, sin ser agredido peor eliminado? Y la respuesta tiene que ser: sí. Como alguien planteaba sensatamente: ¿una chica no tiene derecho a salir con una minifalda provocadora, incluso imprudentemente? Sí, tiene el derecho, y si resulta alguna agresión de ninguna manera es su culpa, sino del agresor. Nada se justifica por la imprudencia provocadora, y no puede ser aceptada la frase: “se lo buscaron”. Es que la real aplicación de los derechos solo puede ser medida en los extremos, y la revista se situaba exactamente ahí, provocando a todos los detentores de poder (político, religioso, económico) para poner a prueba esa resistencia de los derechos básicos frente al poder y la violencia. Que no exista o no pueda actuar, significaría claudicar de antemano ante una potencial violencia. Como la mujer que se somete al poder abusivo del marido por el temor de ser apaleada. Y esa claudicación ante el miedo, es lo peor para las sociedades basadas en libertad y derecho. Un paso en falso, es ya la puerta abierta a mil pasos errados.

    ¿Quiere eso decir que nada se podía hacer contra la revista? Obviamente no. Un camino era llevarla ante la justicia, para que ahí se diriman unos derechos y responsabilidades frente a otros, y quizás su manera de actuar podía ser condenada en temas sensibles sin que eso signifique claudicar. Otro camino, el mejor, era tratarla exactamente de la misma manera: los musulmanes y otros agraviados deberían plantarse ante la sede de la revista y motivar a la gente a que no compre este pasquín, insultarlos, vejarlos en palabras para que ellos demuestren tolerancia, incluso quizás así lograr que salgan de casillas y pierdan la batalla.

    La pobreza, aislamiento o desesperanza de los mal integrados a la sociedad occidental no son pretextos válidos. Ni la religión. Tener fe no es una señal de ser retrógrados, quizás todo lo contrario. Sí lo es, convertir a la fe en obligación colectiva, mezclar fe y poder político, fe y violencia criminal.  

 


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