martes, 9 de junio de 2015

Reseña "El olvido que seremos"

El olvido que seremos

    “El olvido que seremos” (Seix Barral, 2005es una preciosa hagiografía de Héctor Abad Faciolince a su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, fundador de la “Comité para la Defensa de los Derechos Humanos de Antioquia” en los años ochenta, cuando la violencia azotaba esa ciudad en especial, Colombia en particular y el mundo en general.
     La hagiografía -pues aunque dedique cuatro páginas a justificar que “no quiere hacer una hagiografía” es una hagiografía, y está bien que lo sea, pues su padre sí parece haber sido un gran hombre, y un gran padre, y su hijo tiene todo el derecho a reivindicarle, más cuando su final fue tan trágico y tan paradigmático de una lucha por el bien- está muy bien escrita, y es que Abad Faciolince es uno de los mejores novelistas colombianos contemporáneos, y eso es decir uno de los mejores novelistas contemporáneos en castellano.

    Más allá de lo personal o lo literario, desde el punto de vista económico, dos son las reflexiones que me surgen leyendo este libro.
      En primer lugar el ver como todas las causas por las que tanto luchó el médico de Salud Pública y fundador de la Escuela de Salud Pública, como era el alcantarillado y la potabilización de las aguas, ya se ha logrado medio siglo después de que aquellas ideas parecieran revolucionarias, utópicas o alocadas.
     En general la calidad de vida que gozamos en el presente, y lo que es más importante, la que gozan las personas con menos recursos de nuestras sociedades, es tan apabulladamente superior de lo que era hace veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años, que hasta que no nos paramos en pensarlo no nos damos cuenta de lo radical que ha sido el cambio. Preguntemos a quienes aún lo viven (nuestros abuelos, e incluso nuestros padres)  cuándo les llegó el alcantarillado, o el teléfono fijo (y ahora tienen celular); qué enfermedades eran comunes o graves entonces (se menciona la lucha del doctor Abad contra la disentería, por ejemplo), y cuáles son ahora y qué medios se tienen para remediarlas.
    Si observamos las luchas de los grandes héroes de los pasados siglos, aquellas concretas no los ideales, veremos que han sido ampliamente logradas para las clases inferiores de la sociedad. Y casi siempre han sido alcanzadas gracias crecimiento económico, que es el mejor remedio para casi todos los males.

     También sorprende en el libro el clima de violencia política que se vivía en el Medellín de los años ochenta. Son muchísimos los asesinatos que se relatan y que el profesor Abad   Gómez denunciaba. Medellín era, claro está, el paradigma de la violencia en aquellos años, pero en realidad tan sólo era un grado más de una tendencia colombiana, latinoamericana, y mundial.
    Desde los setenta surgió la violencia política con fuerza, en Europa podemos nombrar Brigate Rosse en Italia, Baader Mainhof en Alemania, Carlos -chacal- en Francia, los duros años de ETA en España, IRA en Inglaterra… En EEUU, incluso, los Panteras Negras y Weather underground; y en Latinoamérica actuaban, Sendero Luminoso, Frente Sandinista de Liberación Nacional, Montoneros, MIR, o por nombrar uno más ecuatoriano, Alfaro Vive Carajo. Dentro de Colombia, donde la violencia política siempre tuvo más virulencia que en otros lados desde los nefastos hechos conocidos como “La violencia” (nacida con el Bogotazo de 1948), proliferaron los grupos terroristas, guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes (ELN, FARC, MIR, Autodefensas Unidas, carteles de Medellín, Cali…); y especialmente dentro de Colombia, en Antioquia, tierra tan hermosa como castigada por el terror y la violencia.
    Tan sólo treinta años después, y como muy bien nos señala Héctor Abad Faciolince treinta años no son nada, pues los huérfanos de aquellos asesinados aún viven y conservan sus recuerdos intactos, pues los asesinos aún viven y andan por las ciudades gozando de la impunidad que da tal cantidad de crímenes que sea imposible juzgarlos todos, tan sólo treinta años después, la violencia política no es una posibilidad planteable, no parece plausible que a alguien se le ocurra solventar sus diferencias ocultas con una muerte. Exceptuando el horrible caso de Venezuela, donde la violencia política está instaurada e institucionalizada como parte del proyecto del socialismo del siglo XXI y es su consecuencia más trágica, en el resto de América Latina la violencia política parece desterrada.
      Por ejemplo la muerte del fiscal Niesmann, siendo un (presunto) caso de violencia de Estado, es un caso de una única muerte, que ha causado tremenda conmoción en Argentina y toda América Latina. Por suerte nuestras sociedades ya no están dispuestas a aceptar la violencia como una vía política. Y el que no lo estén es lo que ha frenado la violencia política. Esto es, por supuesto que la victoria de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado ha contribuido a derrotar a la violencia política, pero ha sido sobre todo el cambio de actitud de las sociedades, el hacerse tan intolerantes ante estos muertes, lo que ha provocado que disminuyan tan significativamente.
La violencia política parece desterrada o camino de desterrarse de nuestras sociedades, y debemos congratularnos por ello todos nosotros, pues hemos sido nosotros, como sociedad en su conjunto, quienes lo hemos logrado. Pero debemos insistir en ello, y desterrar toda opción o toda mención a la violencia como medio político. Así es muy frecuente el lenguaje bélico cuando hablamos de política (“batalla”, “contienda”, “enemigos”, “derrotar”…) y es importante que evitemos esas expresiones, pues más allá de las teorías de politólogos que puedan decir que la política es la gestión de la violencia institucionalizada por parte de las sociedades, me parece importante distinguir entre la violencia que lleva a muertes y daños, y la “violencia” que puede suponer las amenazas o lo verbal.

     Otra de las virtudes del libro es presentar a la literatura y la música clásica como los grandes placeres del doctor Abad Gómez y el mejor legado que le ha dejado a su hijo, Abad Faciolince. Un hombre que para relajarse escucha música clásica, y que con tanta paciencia muestra a su hijo la historia del arte, o la literatura clásica, es un gran hombre que en el ámbito público da su vida por la paz, el bienestar de todos y las mejores causas. A lo largo del libro se retratan muchos personajes de la política y la vida académica e intelectual de Antioquia y Colombia del último medio siglo, y lo que les divide claramente no es la línea izquierdas-derechas (a pesar de que Abad Gómez sea claramente de izquierdas y el hijo parezca ser mucho más intolerante con la iglesia de lo que lo fue su padre), si no radicales-moderados, aquellos que justificaron o apoyaron el uso de la violencia, frente a aquellos que siempre la condenaron y la rechazaron.
Por desgracia aún quedan muchos culpables y muchos cómplices de la violencia impunes, tanto en Colombia como en toda América Latina, pero creo que sí que podemos mirar hacia atrás y congratularnos del destierro de la violencia política en nuestras sociedades. Y debemos estar vigilantes para evitar cualquier conato de resurgimiento de los medios violentos para lograr fines políticos.
     
        Terminemos esta reseña con el soneto de Borges que la misma mañana en la que le asesinaron en el centro de Medellín, ese fatídico 25 de agosto de 1987 (como fueron tantos días fatídicos en Medellín en aquella década fatídica), había copiado a mano y tenía en el bolsillo de su chaqueta. El doctor Abad Gómez era uno de esos hombres que luchaban por los derechos humanos y anotaba sonetos de Borges para leerlos en sus trayectos. Creo que ambos hechos se relacionan íntimamente, la cultura.

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo

esta meditación es un consuelo.

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